¿En Qué Piensa Félix? — Arcadia Molinas

Bueno, pues he llegado al trabajo. Uso el peso entero de mi cuerpo para abrir la puerta. Este sitio huele a naranjas. Lo cual no es extraño ya que pelamos naranjas todo el rato para meterlos en los negronis y old fashioned. Me gusta el olor. Y me gusta pelar naranjas. Algo de pasar la navaja suavemente por debajo de la cáscara, levantando con cuidado la piel, me hipnotiza. Camino, pasando por la mesa roja de la entrada y sacudiendo la espalda, me libero de mi abrigo. Lo dejo encima del sofa verde. Saludo a mi jefa, Natalia, que está sentada en la barra, amorrada a su ordenador. No hay nadie más. Parece que hoy he llegado antes que él.

Voy a la habitación pequeña de detrás a por la fruta. Cuando vuelvo me pongo a cortar limas y limones, en gajos y en rodajas. Cuando cojo el segundo limón, suena la puerta pesada abriéndose, como una ola en la noche. Me giro y le veo. Félix. Lleva el mismo abrigo fino, camiseta blanca y pantalones negros de siempre. Me saluda. Con el cuchillo en la mano, le saludo también.

Se quita el abrigo y deja las cosas en el sofá. Se acerca a mí y me da un abrazo.
“¿Cómo estás cariño?” me pregunta y se agacha al lado mío, abriendo el armario metálico donde guardamos el alcohol. Empieza a sacar las botellas y a pasármelas.
“Bien, Félix, ¿y tú?” le contesto.
“Bueno, tirando,” me dice y resopla de esa manera que hace.
Se levanta y coge el cubo de hielo.
“Voy yo a por hielo,” dice y se va por las puertas pequeñas que dan a la recepción. No está de buen humor hoy. Que pena.

Empiezo a colocar las botellas, ginebra a la derecha, vermut a la izquierda. Lo que más me gusta de Félix es su cabeza. Coñac a la derecha, Baileys a la izquierda. Me encanta su manera de pensar, aún con sus tendencias depresivas. O quizás por ellas mismas. Empiezo a desenroscar las tapas de las botellas y a guardarlas todas en un vaso. Hacen un ‘clack’ cada vez que cae una encima de otra. Desenrosco, suelto y ‘clack’. Me podría pasar toda la vida escuchándolo. De hecho, ya he pasado muchas horas haciéndolo. Le encanta hablar de Marxismo, de música y de las chicas con las que se acuesta. Alguna que otra vez se me ha ocurrido grabarle mientras caminamos al

metro después del trabajo. Así cuando llego a casa y me meto en la cama, puedo escuchar su voz y lo que piensa mientras me quedo dormida. Clack, clack, clack. Aparece de repente el cubo lleno de hielo al lado mío y Félix también, que ya está perspirando un poco por debajo de su flequillo y por un momento tengo tantas ganas de pasar la lengua por su frente que me aparto de él asustada y me pongo delante de la lavaplatos.

“Por cierto, te quedan muy bien esos pantalones,” me dice bajito mientras pasa por detrás de mí. Mis muslos se contraen y noto un calor en la entrepierna. Las vísceras se me aflojan y baja por mi vagina un reguero húmedo que se acomoda sobre mis bragas. Me los había puesto aposta. Le miro y me sonríe.

“Como eres…” le contesto y abriendo la lavaplatos empiezo a sacar las tazas limpias de los cafés que se han bebido los clientes durante el día. Por el rabillo del ojo veo que se toca el pelo. Lo tiene negro y largo y las chicas siempre se lo halagan.
“¿Me ayudas con las cervezas?” me pregunta. Dejo las tazas y cogiendo un abrebotellas, le sigo a la habitación pequeña.

La puerta se cierra detrás nuestra y el silencio que hay aplasta mis oídos con una fuerza abrumadora. Félix se pone de rodillas a mover cajas de espaldas a mí, gruñendo del esfuerzo, y me quedo quieta mirando la parte de atrás de su cabeza. ¿Qué habrá detrás de esa mata de pelo y esa cáscara craneal? ¿En qué piensa? ¿Piensa

en mí?

“Me ayudas-” pero antes de poder acabar se lleva las manos a la cabeza y se encuentra con el abrebotellas que le sobresale del hueco donde su cuello encaja con su cráneo. Hay un momento de quietud donde solo oigo los latidos de mi propio corazón y después empieza a salir la sangre a borbotones. Empuño el abrebotellas y con toda la fuerza que tengo lo arrastro hacia arriba. La cabeza se le parte en dos como un coco. La sangre le baja por la nuca y le mancha la camisa y se le empieza a pegar al cuerpo. Me quedo mirando la sangre de Félix, roja como el vino, densa como el aceite, y sin poder contenerme más, llevo un dedo a su cabeza y aprieto contra la grieta. Con la yema del dedo logro tocar el órgano rosa y menudo con el que piensa. Se me corta la respiración. Hundo la mano para sentir las arrugas y los pliegues y como responden a mi presión. Estoy extasiada. Saco la mano y una viscosidad me envuelve la mano hasta la muñeca. Me la llevo a la nariz. Huele a metal y a mucosidad. Gimo sin querer y me pongo de rodillas y con un gesto definitivo separo su cráneo. Con cuidado, envuelvo su cerebro con las dos manos y sin que se me resbale lo saco y lo acuno contra mi pecho. La boca se me llena de saliva. No es hasta mucho más tarde, cuando ya mis labios están hinchados y mis dedos arrugados, que empiezo a oír los gritos.


Arcadia Molinas is a writer, editor and translator from Spain. Primeros Diarios, her Spanish translation of Virginia Woolf’s early diaries, was published by Funambulista in 2022. Her work, which often explores the body, sexuality and interpersonal relationships, has appeared in WormsWrite or Die, Motor and Coveteur. She currently works as the online editor of Worms