La Cena — Álvaro Cruzado

La palabra azar, que principalmente se usa en los juegos de cartas o de dados, hace referencia a esas circunstancias que no se pueden anticipar ni evitar, por ejemplo, una señal luminosa de un restaurante que se desprende y le arranca la cabeza a un cartero es puro azar. También lo es elegir dónde sentarte en una cena —abriendo la servilleta o llenando la copa de vino para que la gente sepa que ese lugar está ocupado—, y que a tu lado tengas a la persona que deseas.

Acudimos a una fiesta para celebrar el segundo aniversario de una boda en la que Ana y yo coincidimos pero nunca hablamos. De ese día hay varias fotos en las que se nos aprecia bailando de espaldas, con nuestros grupos, sin prestarnos atención. Si en ese momento inmortalizado, me hubiera tambaleado por la borrachera y hubiera tropezado con ella para justo después pedirle disculpas, hoy no estaría tan nerviosa; porque seguro que después me la habría cruzado en la cola del baño y en plena efervescencia festiva le habría vuelto a pedir perdón para, en ese momento, soltar algún comentario sin importancia, pero necesario para fijar la imagen de cada una en nuestra memoria. Nada de eso ocurrió, así que hasta ese segundo aniversario no pude valorar su elegancia arrolladora y amable, aunque la había visto pasar cuando llegó a la casa, es difícil apreciar cómo se desplaza un cuerpo, la característica de un gesto, desde lejos.

Mis amigas, a través de pequeñas conversaciones durante este tiempo, me habían perfilado su imagen, su trabajo, su carácter. Varias veces organizaron planes para juntarnos sin conseguirlo (el azar irrumpiendo de nuevo). Así que para esa noche ensayé pequeños comentarios que funcionarían como señuelos para dirigir la conversación, atraerla y convertir esa cena grupal en una cita íntima, dejando a todas las demás como simple decoración. No podía arriesgarme a perder esa oportunidad.

Conjunto: un pantalón de traje ancho de color negro y una camisa blanca, sobre el hombre tenía una bolsa en la que llevaba también una cazadora vaquera por si luego hacía frío, lo que me habían encargado para la cena y un manuscrito encuadernado que acababa de terminar. Toqué a la puerta de forma ansiosa, miré el reloj y vi que con los nervios me había adelantado bastante. Raquel me recibió con el delantal puesto y al abrir la Puerta me sumergí en los olores que, desde la cocina, se acumulaban en toda la casa. Con un mismo gesto me abrazó y me besó, ese pequeño ritual suyo encendió mis emociones. Saqué de la bolsa las dos botellas de vino y un tarro con hummus casero y los coloqué sobre el mueble de la entrada, antes de seguirla hasta el cuarto donde dejé mis cosas. Sobre la cama dormía Morizzi, al encender la luz se desperezó para cambiar de postura y se tumbó encima de las dos almohadas, a su lado tenía su pequeño ratón de peluche. Caminamos hasta el salón, que ya tenía abiertos los ventanales que lo unían al jardín, y luego a la cocina donde la última luz de la tarde iluminaba las manos de Carmen —que pelaba las verduras, las cortaba y las dejaba listas para servir—, como si hubiera algo ancestral y cálido en esos movimientos. Me deslicé rápido para no interrumpirla y la besé en el moflete.

Vuelvo al momento inicial: Ana cogió una copa cercana a la mía para que le sirvieran un poco de vino. El azar (un chico que se tiró a las vías del metro) retrasó bastante a las que faltaban, permitiendo que pudiéramos hablar distendidamente antes de sentarnos. Entusiasmada y curiosa me hice la ignorante para confirmar lo que ya sabía: sin pareja, vivía en Madrid pero viajaba mucho a ferias de literatura porque heredó una pequeña editorial y una librería, se especializó en narrativa contemporánea, en su catálogo apostaba por un vanguardismo situado en los márgenes. El timbre de la puerta interrumpió la atención y el ambiente. Luego emigramos al patio para cenar tranquilas, con un poco de música al fondo y unos farolillos de luz escasa que se cargaban con energía solar. Dos candelabras presidieron la celebración que, en un movimiento mecánico e imperceptible asentado en la intimidad de los años compartidos, las anfitrionas terminaron recogiendo la mesa para servir el postre. Las copas de vino me desinhibieron frente a Ana:

—Me daba vergüenza contártelo pero he acabado una novela hace poco. —Eso es más interesante que mi trabajo — dijo sonriendo.
—No te preocupes, estaba cómoda y es algo que me interesa — dije. —Cuéntame más si quieres— dijo Ana.

—La he escrito entera a mano porque creo que se deslizaban mejor las ideas, me falta pulirla. La he titulado Tradiciones de año nuevo— dije.
—Me parece un buen título — respondió.
—Si no te importa, necesito ir un segundo al baño, ahora seguimos — dije mientras me levantaba para ir corriendo al cuarto.

—Te espero — dijo.

En navidad disparamos cañones de confeti, la mesa, las copas de champán y el suelo se llenaron de papelitos luminosos. Al entrar en el cuarto vi cómo la corriente de aire movía miles de papelitos blancos que salían de la boca y de las patas de Morizzi: todas mis páginas arrancadas. Un manto de trozos de novela cubría la cama y las chaquetas. Ni siquiera pensé, los metí en mi bolsa intentando salvar un trazo mínimo desde el que escribir después, como si tuviera que descubrir unas ruinas. Fui al baño, me eché agua helada y un escalofrío me recorrió la nuca. En sigilo volví a la habitación, agarré al gato con fuerza y lo llevé hasta la cocina, lo metí en el horno, le encendí el gas y apagué la luz. Lo dejé atrás sin hacerme preguntas ni dudar. En el patio, serena y alegre, como me prometió, me esperaba Ana, me acerqué, cogí mi vaso y antes de sacarla a bailar le dije: la literatura será siempre un animal muerto.


Álvaro Cruzado nació en Granada en 1993. Varios poemas suyos aparecieron en Pero yo vuelo: antología de la más joven poesía en Granada (Ediciones en Huida, 2015). Fue seleccionado para la antología Cuando dejó de llover: 50 poéticas recién cortadas (Editorial Sloper, 2021). Su primer poemario Geometría interior fue publicado por Editorial Dieciséis en 2021. Algunos de sus poemas se seleccionaron para el número 6 de la Revista Casapaís en 2022.